En lo que va del año lloré mucho. No solo porque más de una vez me sentí atacada, sino porque me equivoqué. Y bastante. ¿Y quien no se equivoca verdad?
Tengo un carácter especial: sueño con un mundo justo, de colores, sin maldad. Soy sensible, aunque muchos lo confunden con ironía. Y cuando exploto, lo digo todo sin filtro. No me sale pelear con frialdad: me sale con el corazón. Y claro, en ese modo intenso me equivoco, pero también aprendo. Muy italiana yo!
Lo que nunca cambia en mí es que siempre me gusta ver brillar al otro. Nunca sentí que eso me apague. Al contrario, cada vez que alguien brilla cerca, yo me enciendo un poco más. Y aunque a veces me cueste explicarlo, es parte de cómo veo la vida.
Puede sonar cursi y no me importa: creo en el amor verdadero. En ese amor que se sostiene cuando nada es fácil, que atraviesa tormentas y vuelve a elegir. Creo en el amor eterno, y no lo pienso como un cuento de hadas sino como esa decisión profunda de estar, de cuidar, de elegir incluso en los días grises. Ese amor es lo que me mueve, lo que me ordena, lo que me sostiene cuando todo alrededor parece tambalear. Si viste Once Upon a Time en Disney seria el amor de Snow White y Charming.
Hace poco, mientras hacía orden digital y eliminaba archivos que ya no iba a volver a usar (porque sí, mi ciela, tampoco se acumulan archivos jejeje), me encontré con una frase que había escrito en mayúsculas: “No importa cuántas veces llores, siempre seguí volando”. Me hizo sonreír porque, sin darme cuenta, hace años que me pienso así: como un colibrí.
Pequeño, sensible, rápido. Que no compite, acompaña. Que encuentra fuerza en la delicadeza y belleza en lo simple. Ese colibrí que va de flor en flor no porque no sepa dónde quedarse, sino porque sabe que la vida está hecha de instantes. Y que en cada instante, por más breve que sea, hay algo para agradecer.
Por eso, aunque llore, aunque me equivoque, aunque explote de vez en cuando, sigo volando hacia lo que de verdad importa. No me asusta sonar cursi, porque sé que ahí está mi verdad. Y si algo aprendí en estos meses, es que la sensibilidad no me debilita: me sostiene, me recuerda quién soy y me conecta con lo que nunca quiero perder.
Abrazo organizado
VP® Vivi Papa